La campaña de vacunación contra el coronavirus sigue avanzando en todo el mundo, aunque muy pocos países han podido llegar a un número rápido de inmunizados en poco tiempo. Sin embargo, uno de los países que más a sufrído el coronavirus en Europa ha sido Eslovaquia que es el que tiene la tasa de mortalidad más alta por el virus. No obstante, para acompañar a los médicos que ya están agotados y a los pacientes internados, los sacerdotes han sido de gran ayuda para el sistema sanitario.
Al padre Martín se lo encuentra vestido con un traje de protección completo con su nombre escrito con rotulador rojo, el padre ayuda a desplazar, alimentar y lavar a los pacientes. Reza con ellos y a veces les hace reír. Eslovaquia, un país de la Unión Europea de 5,4 millones de habitantes, registra actualmente la tasa de mortalidad más alta del mundo con 24 muertos de covid por 100.000 habitantes en las últimas dos semanas, por delante de Portugal (22) y República Checa (18), según un recuento de la agencia AFP
En total, 3.900 pacientes con covid están actualmente hospitalizados y 6.350 han muerto. Como las iglesias están cerradas, 77 sacerdotes católicos se han presentado voluntarios para ayudar en los hospitales del este del país, región donde el PIB por habitante es tres veces menos que el de Bratislava, la capital. «Debido al confinamiento, no hemos tenido ningún contacto directo con la gente y nos sentíamos inútiles», razona el padre Jozef Kmec, que participa en las inscripciones en un centro de vacunación vecino y que es también secretario general del obispado local.
«La iniciativa nació en nuestro grupo Facebook a principios de enero y rápidamente se propagó por toda la región.«Nos sentimos más útiles aquí. Nuestros sacerdotes tratan de aliviar al personal médico que no tiene tiempo de hablar con los pacientes. Ellos los tranquilizan. Y el personal sanitario jura menos porque hay una persona espiritual», explica el sacerdote.
Para Lenka Molcsanyiova, médico que trabaja en el centro de vacunación, los sacerdotes son una «auténtica bendición». Y agrega uno de los sanitaristas que lucha con la enfermedad todos los días: «Algunos de nuestros pacientes recurren a los sacerdotes como una especie de servicio de asesoramiento, consultan sus problemas. A veces, es como una pequeña confesión para ellos».
Asimismo, la enfermera jefe Monika Kummerova dice «son nuestros ángeles». Por otra parte, Daniela Semencikova de 37 años y madre de cuatro hijos se contagió con el virus en el hospital cuando su hija se rompió un brazo. «Estos amables jóvenes consiguen realmente que nuestros días pasen deprisa», declara. «Los sacerdotes nos suben la moral, nos ayudan espiritualmente, rezan con nosotros y nos ofrecen la comunión. En medio de la muerte, un poco de humor se agradece», cierra.
El padre Martin sonríe cuando recuerda que una señora mayor le dijo que ya tenía bastante agua y pidió un vaso de ron. «Le dije que no servíamos ron aquí, pero que le proponíamos en su lugar ‘vino’. Se bebió un gran vaso de agua creyendo que le había dado vino. Fue una mentira piadosa», recuerda divertido el sacerdote que acompaña a los enfermos de coronavirus y les alegra los días.